domingo, 14 de octubre de 2012

Mantis religiosa.




Despacito, muy lento... Poco a poco. Haciéndote sufrir. Viéndote sangrar. Viéndonos llorar. Viéndote morir. Muriendo yo también.

Decidí no hablarte hasta que tú no lo hicieras. Por suerte, ese no fue el fín.
Cuando te fuiste, una parte de mi murió. Me rompiste entera, no exagero, entera. Aunque siempre fuimos diferentes. Incluso al perdernos, buscarnos y encontrarnos. Al final me encontraste en un beso, pues yo estuve echándote de menos cada instante que no me hallaba mordiendo tu labio. Deseo que me quites esta sensación con palabras dulces como el azúcar, porque noto la tensión sobrecogedora de los tendones en mi cuello, es el miedo. Y, con toda sinceridad, puedo decir que no estoy segura de si despertaría tan feliz cada día si no te tuviera, pues he olvidado la costumbre de levantarme sabiéndome desterrada de tu paraiso.
Si tú supieras lo que hice por esa sonrisa... Procura que tus labios no me mientan.
Aunque a veces haya pasado por mi mente el hecho de devolverte el daño, es totalmente imposible imitar el tipo de dolor que provocaba tu ausencia. Levantarme con una extraña sensación de vacío constante.
Tuviste en tu mano la oportunidad de elegir, es por ello que nada debería asustarme.
No me veías, como yo lo hacía cada día. Dime cuántas noches soñaste conmigo, porque yo no puedo contarlas con los dedos de ambas manos. No me necesitabas como yo lo estaba haciendo. Cuántas querrán tus labios... Pero, él es un caballero, ni os lo imaginais. Y cuánto dolor por amor veo en todas partes.
Decidí no hablarte si tú no lo hacías. Por suerte, ese no fue el fín, así que déjame hacerte feliz.
Mataría por que no pudieras vivir sin mi vida. Y es que podría jurar al mismísimo cielo de tus ojos que si alguien me dijera que vas a ser de otra, te mataría después de hacerte el amor toda la noche. No dejaría rastro de ti en esta tierra miserable de destinos sombríos. Lo haría despacito, muy lento... Poco a poco.
Haciéndote sufrir.
Viéndote sangrar.
Viéndonos llorar.
Viéndote morir.
Muriendo yo también.


sábado, 6 de octubre de 2012

Cínico.


Caricias que hechas por mis manos escuecen. Roces que parecen choques. Palabras que debí callar, palabras que no solo resuenan en mi mente, si no que se repetirán continuamente en los oídos del que las recibió.
Palabras que no llegué a convertir en frases, y quedaron sin significado exterior. Todo el daño que me hiciste aún lo llevo dentro, aunque sepa que estás intentando compensarlo.
A veces me hundo, solo por un segundo y luego vuelvo a subir.
Golpes que únicamente sirven para romper tus nudillos y atemorizar la mente. Rabia que te come por dentro.
Cuánto teatro, cuánto llanto, cuánto drama. No sé si estoy fingiendo y ya apenas me doy cuenta de mi realidad, no sé si es la costumbre... Pero algo me arde por dentro.
Soy mi peor enemiga. Luchas internas continuamente, con más miedo a mi persona que a cualquier otra.
Nadie me hace más daño, pero a nadie he visto más fuerte. Orgullosa incluso de mi orgullo, por eso nunca me lo trago, y si lo hice fue por ti y por mis sollozos. La rabia oculta el miedo, pero a mi me pesan igual.
Y nada me llena, y ando refugiándome entre pequeños placeres.
Y nunca me vereis hasta los cojones, y siempre preguntarán por la sonrisa. Y nadie vio el dolor que llevaba dentro. Mintiéndonos a nosotros mismos.
Sacas las garras a quién te da de mamar, bebiendo y escupiendo su leche al suelo. Desagradecida.
Y despertar llorando miedos, y prometer no volver a quejarte, dándote cuenta de que todo podría ser mucho peor. Recordar momentos en los que te querías morir y volver a sentir lo mismo.
Olvidarse todo a los cinco minutos y volver a gritar durante un instante demasiado largo como para evitar el eco, deseando entonces quedarte muda antes que ciega o sorda. Y nada te lleva a ningún lugar, y no llegas a ningún sitio, y nada te compensa... Y te cagas en el cielo porque lo crees inexistente.
Y ojalá creyese en Dios porque yo ya no creo en nada.